En las dos últimas décadas la tecnología digital ha alterado profundamente nuestro mundo y la vida diaria, las formas de producción y consumo, la forma en que nos relacionamos entre nosotros y con la realidad y, al mismo tiempo, con las artes y la cultura. Los mundos digital y analógico están entrelazados, vivimos en un mundo híbrido en el que el uso cada vez más intensivo de dispositivos móviles comporta que el ámbito digital sea omnipresente en nuestra cotidianidad.
Además, Internet es un factor indisociable y clave en la disrupción digital, “no es el primer medio de propagación, pero sí uno de los más eficaces a la hora de realizar viral la información. Este exceso viene acompañado por la capacidad que tiene la internet 2.0 de construir una comunidad en torno a la información”[1]. Este concepto de comunidad tiene que ver con que una gran mayoría de la población tiene la oportunidad de participar e interactuar entre sí y con gran cantidad de contenidos. Esto posibilita infinitas formas de creatividad y relación: experimentar, explorar, jugar, crear, compartir, co-crear y conectar.
Cuando hablamos de transformación (o disrupción) digital, nos referimos al conjunto de cambios adoptados para las organizaciones y las personas como consecuencia de la digitalización. Es decir, digitalizar una organización no es introducir tecnología, sino repensarla[2]. Así, la transformación digital es tanto el proceso como el resultado de utilizar la tecnología digital para transformar el funcionamiento de una organización y su valor. La transformación digital ayuda a una organización a prosperar, cumplir su misión y satisfacer las necesidades de sus grupos de interés[3].
En la actualidad, en la mayoría de sectores económicos, los modelos de negocio tradicionales se están transformando, también en el sector cultural y creativo. Esta disrupción no tiene vuelta atrás y empuja al conjunto de las organizaciones a una transformación sin precedentes. La COVID-19 no ha hecho más que acelerar el salto hacia un siglo XXI que es plenamente digital.
Por otro lado, este contexto digital tiene una derivada muy relevante: los datos, unos y ceros. La información está disponible en grandes volúmenes donde aplicar cálculos y relaciones y, así, generar conocimiento de una forma que antes era muy costosa o imposible. El futuro de los negocios pasa por la capacidad de gestionar la información, el foco cambia: de vender productos a conocer y gestionar al público a partir de los datos y atender sus necesidades de forma proactiva con la mayor inmediatez posible. Esta característica se conoce como modelo de negocio centrado en servicios y no en productos.
Esto que es tan simple de decir en palabras impacta de forma crítica en cualquier organización y significa un conjunto de cambios estratégicos: repensar la propuesta de valor, organizarse de forma diferente, relacionarse de forma distinta, segmentar y atender de forma personalizada a los públicos, disponer de equipos con capacidades y habilidades digitales, cambiar procesos, financiarse de una forma distinta, etc.
En la actualidad, el sector cultural (en vivo, presencial) es principalmente un sector enfocado al producto (no a los servicios con perspectiva digital), que crea y produce contenidos (exposiciones, conciertos, espectáculos, etc.) para atraer al máximo número de audiencias posible. En esta forma de hacer, el digital se trata como un mero canal donde comunicamos lo que hacemos, y no se percibe el potencial de una nueva dimensión donde desplegar la propuesta de valor.
Asimismo también hay que tener en cuenta que el ámbito digital necesita grandes volúmenes para ser eficiente y eficaz, esto significa tener grandes audiencias (demanda potencial), disponer de mucha oferta y contenidos y grandes volúmenes datos, etc. En cambio, el sector de la cultura y, concretamente, el de los museos, es un sector muy atomizado y con dificultades para disponer de grandes volúmenes de demanda, de oferta y de datos. Además, el ámbito digital pide que los procesos sean escalables, reproducibles y automatizados, que las organizaciones sean flexibles y con capacidad de transformación, asociadas a valores como la horizontalidad, la transparencia, la participación y la porosidad institucional.
En resumen, los museos y el sector cultural pueden enfocarse a lo digital desde ámbitos específicos, actualizando y digitalizando partes de los procesos y las actividades, incorporando nuevo talento, etc. Pero una verdadera transformación digital requiere una revisión estratégica, transversal y sistémica. En definitiva, el digital pide levantar la mirada y, más allá de las ramas del árbol, captar el bosque entero.
* Este artículo forma parte de una serie dedicada a museos y transformación digital y su elaboración parte de un encargo del Servicio de Museos y Protección de Bienes Muebles y recoge ideas aportadas por Albert Sierra, Concha Rodà, Marc Hernández , Sònia Blasco, Oriol Picas y Ferran López.
[1] I. Guardiola. L’Ull i la navalla. Un assaig sobre el món com a interfície. Arcàdia. Barcelona (2018)
[2] Ver G. Roca, “Societat en transformació. Negocis en transformació. Públics en transformació”, VI Jornades de Màrqueting Cultural, SDE, ICEC (4 de novembre 2020) https://www.youtube.com/watch?v=JiGF0q9-GpE
[3] Europeana (2021) https://pro.europeana.eu/post/defining-digital-transformation-for-the-cultural-heritage-sector