Los profesionales de la cultura estamos muy convencidos de su valor y, en especial, del valor de la cultura en vivo. Es central en nuestras vidas, nos define y articula nuestra forma de ver y entender el mundo. No hay estreno que nos queramos perder, no hay espectáculo de nuestra programación que no califiquemos de imperdible en nuestros emails. Para nosotros, el valor de la cultura es tan incalculablemente alto que toda propuesta nos parece barata y nos cuesta ser conscientes de todo lo que le pedimos a nuestro público.
Hagamos un ejercicio de empatía con nuestros espectadores…
Cuando los animamos a visitarnos, les pedimos entre otras cosas:
- Euros. El precio de una, dos, tres o más entradas sumadas a gastos colaterales (que pueden ir desde el transporte al equipamiento hasta el precio del canguro).
- Tiempo. No hace falta recordar que el tiempo es oro y nosotros pedimos mucho: el tiempo de duración del espectáculo, más el necesario para llegar al teatro con bastante antelación y el tiempo de volver. Sumemos, en algún caso, el tiempo de los entreactos que a menudo son largos.
- Libertad. El espectáculo está a punto de empezar y lo hace a una hora determinada. Una hora que quizás hace tiempo que no hemos revisado, o que revisamos sin saber demasiado hacia donde moverla y a menudo coincide con la hora de la cena (¿nos adaptamos a los horarios de inicio europeos?).
- Planificación. Pedimos a nuestro público que fije una actividad en su calendario con 1, 2, 6 meses, o más de un año de anticipación. Y no es en un horario cualquiera, normalmente pedimos la reserva de unas horas del tiempo de ocio, el más valioso y escaso para la mayoría de personas.
- Concentración y silencio. Una vez iniciado, el show debe continuar. No se puede poner en pausa, no nos permite una interrupción ni un comentario.
- Conocimientos previos. No es siempre así, pero algunas propuestas contienen códigos internos -algunos son inevitables y otros colocados de forma voluntaria- que piden información previa.
- Relaciones. Para compartir la experiencia de la cultura en vivo, es bueno disponer de relaciones humanas cercanas interesadas también por la cultura.
Y aún encontraríamos otras demandas si pensáramos un poco más en ello.
¿No creéis que pedimos demasiado?
¿Somos conscientes de todo lo que supone para el público nuestra llamada? Llegados a este punto ¿sabemos qué aspectos generarán un mayor efecto de barrera para el público? En general no sería el precio, aunque este tema daría motivo para otro artículo (o más de uno). Pero ¿tenemos presente la duración y el formato de los espectáculos cuando definimos la programación? ¿Lo explicamos correctamente en nuestra web?
Quizás ya es momento de pensar en innovar en formatos que se adapten mejor a los diversos segmentos de público, y atender así las diferentes sensibilidades que hay en torno a estos temas. Pensemos que muchas alternativas destinadas a ocupar nuestro valioso tiempo de ocio -en especial las opciones de consumo cultural on line– están ya reduciendo algunos de estos «costos». Y no olvidemos qué es lo que ocurre cuando diferentes especies compiten en un mismo entorno y una de ellas se adapta mejor a los cambios que van llegando.