2020, año 0 de una nueva era para la cultura

Y, repentinamente, llegó el apocalipsis. En la recta final de una temporada que amenaza con haber finalizado antes de tiempo, ¡justo cuando estábamos terminando de construir o empezar a vender la siguiente! No estábamos preparados para esto, ¿cómo podríamos?

Aún nos movemos entre una sensación de irrealidad y la asfixiante presión de una cuenta de resultados con forma de pesadilla. El impacto directo en la difusión cultural es enorme, total. De un día para otro, todo el mundo ha dejado de ingresar para pasar a hacer devoluciones masivas. El impacto es enorme en toda la economía y en toda la sociedad.

No es fácil detenerse un momento, analizar la situación con cierta perspectiva y empezar a pensar en cómo ha cambiado el mundo el Covid-19. Pero lo ha hecho, nada será igual.

El sector cultural en crisis

Las dos reacciones más inmediatas a la crisis del sector han sido, por un lado, ERTEs masivos como consecuencia directa; y por otro, iniciativas de urgencia y voluntaristas promovidas desde la responsabilidad social sectorial que, digitalmente, buscan ayudar y cubrir el rol de poner en contacto, relacionar, entretener, enseñar o emocionar a una sociedad necesitada. La primera respuesta evidencia la fragilidad de un sector que apenas llega a industria. La segunda deja muestra del potencial imaginativo de muchos creadores, pero también, de la escasa disponibilidad actual de contenidos de la relevancia en la que tenemos acostumbrada a la audiencia, y que sean adecuados al medio digital.

¿Y ahora? Han pasado ya dos semanas y sabemos que nos quedan algunas más para adelante … ¿qué nos espera? ¿Cuántas semanas durará el confinamiento? (¡Muy importante!) ¿Cómo se gestionará y comunicará una finalización del estado de alarma que parece será gradual? ¿Cómo afectará el miedo al contagio a la recuperación de la actividad cultural en vivo? ¿Cuándo volveremos a la normalidad?

«Nos enfrentamos a una situación que producirá cambios disruptivos»

No hay respuestas. Hay que moverse entre escenarios probables y, en los peores, la normalidad para el consumo cultural no llega nunca o lo hace demasiado tarde para garantizar la sostenibilidad del ecosistema. Habíamos asumido que nuestros serían tiempo de incertidumbres, pero esto no es incertidumbre, esto es lo siguiente. Nos enfrentamos a una situación que producirá cambios disruptivos.

El papel de la tecnología

Estos días la tecnología se ha hecho imprescindible, ha hecho evidente su inmenso potencial para mejorar nuestras vidas. Es fácil pensar que saldrá reforzada de esta crisis, y que lo hará desde diversas perspectivas. Los datos y la inteligencia artificial nos pueden ayudar a predecir y gestionar la amenaza latente de un virus en contención, y no serán pocas ni banales las reflexiones al respecto de los límites de la privacidad.

La revolución robótica acelerará para ser inocua a pandemias, la reorganización social pendiente ante la pérdida de puestos de trabajo se hará más urgente. Las telecomunicaciones han hecho evidente que sí es posible organizar trabajo y equipos con una mayor y mejor conciliación y, esperamos, división de las responsabilidades extralaborales. Las herramientas digitales cambiarán también la forma en que enseñamos y aprendemos, que ya será siempre semipresencial. El comercio será electrónico, también el de proximidad, la tienda o el restaurante presenciales serán uno de los puntos de venta y contacto con el cliente, pero no el único. El dinero en efectivo puede ser ya un objeto del pasado.

«… el sofá se consolida como el mayor competidor para la cultura en vivo del futuro inmediato»

Algunos de los cambios de patrones de comportamiento forzados de estos días dejarán una profunda huella, el ocio digital a demanda y en casa se ha universalizado, el sofá se consolida como el mayor competidor para la cultura en vivo del futuro inmediato… por citar algunos de los cambios en nuestra forma de vivir propiciados por la tecnología y la digitalización que han llegado para quedarse.

Por su parte, la globalización se verá frenada, las guerras comerciales han recibido una inyección de vitaminas, la movilidad transcontinental será sospechosa, las fronteras serán más altas en un mundo donde los estados, que parecían en retirada, emergen como la única organización con capacidad de respuesta real. Esperamos que emerjan estados más sociales y no estados más autoritarios.

La cultura va al volante

Curiosamente, mientras la globalización se verá frenada, la digitalización que hasta ahora parecía su hermana, se acelerará.
La dirección de esta nueva digitalización acelerada no está definida, más aún, si lo estuviera, ahora sería cuestionada.

La cultura, como portadora de conocimiento, debate y construcción de valores, determinará esta dirección en gran medida, determinará (utilizando los términos que ha empleado Yuval Harari en este artículo) si nos encaminamos hacia un mundo de desunión o uno de solidaridad global. La cultura va al volante. Pero va la cultura real, no la deseada. Los creadores y las creadoras, el tejido productivo, el conjunto del sector profesional, sumado a las redes comunitarias y los ámbitos de relación humana y de cultura no legitimada (recogiendo el concepto de la reciente encuesta de participación cultural de Barcelona), son los recipientes y los ingredientes con los que se cocinará esta nueva cosmogonía, y los actores de estos ecosistemas culturales están en una posición de privilegio para participar en el debate, en la definición de esta nueva era digital.

Con los contenidos culturales podemos contribuir al debate exponiendo unos u otros valores, más o menos complejos, diversos, críticos, empáticos, o más o menos enriquecedores en la medida que despiertan más o menos emociones.

A partir de esta idea, con el peligro de que parezca un wishful thinking más (hasta el final no perderemos la esperanza en una reordenación de la escala de valores en la sociedad alineada con nuestra propia) o un juicio interesado (¡touché!), podemos argumentar que también la cultura saldrá reforzada.

Un mundo cada vez más digital

Ahora bien, la digitalización ya ha dejado patente que la era más gloriosa para la cultura no necesariamente debe serlo para todos sus profesionales. Sobre esto ya reflexionábamos en este artículo (publicado en 2019 en Red Escénica). Argumentábamos que la digitalización llegaba a las costas como una fuerte marea, y que esta era observada desde lejos y con cierta displicencia por la cultura en vivo. Pues ahora, el apocalipsis coronavírico actuará como un terremoto que convierte la onda de la digitalización en tsunami, aumentando sus amenazas y obligando a una adaptación aún más rápida.

En el nuevo mundo los proyectos deberán concebir como digitales desde el inicio. No se trata de tener una web y publicar algún tuit en redes. Es más bien revisar cuál es la razón de ser del proyecto, cuál es el negocio en el caso de organizaciones mercantiles. Si, fundamentalmente, consiste en reunir a personas de mediana de edad avanzada en recintos cerrados, tendremos más dificultades de las que teníamos hasta ahora. Le tenemos que dar la vuelta, volver a la esencia, y hacerlo desde una hoja en blanco, sin encasillar el proyecto en espacios o formatos previos, contando con todas las opciones digitales conocidas y por inventar, con los usuarios al centro y empatizando con ellos.

«Nuevas vías de monetización que vayan más allá de la clásica, pagar por uso»

Estos nuevos proyectos deben contar con nuevas vías de monetización que no sólo deben cubrir posibles costes extras, también deberán compensar una reducción de las vías de financiación clásicas. Nuevas vías de monetización que vayan más allá de la clásica, pagar por uso. Fortalecer la relación con otras marcas relevantes para nuestras comunidades, modelos de suscripción, explotación de los contenidos a través de múltiples canales, serialización, publicidad, micromecenaje…

Y pensando en una audiencia global, en el nuevo paradigma un proyecto puede ser útil y relevante para personas en Badalona y en Singapur. No obstante esta audiencia de 7 mil millones de personas viene acompañada también de una competencia global. Toparemos con una industria del entretenimiento poderosísima y experta en contar historias en formato audiovisual que se ha adaptado perfectamente al disfrute individual en casa y que, si la dejamos, en 50 años explicará que la crisis del coronavirus fue creada por los servicios de ‘inteligencia chinos y salvada por el esfuerzo heroico del príncipe de Bel Air (aprovechando un chiste apócrifo de los que ha circulado en las redes estos días).

«(…) para explicar las emociones que sentimos en el sur de Europa en este momento, necesitaremos nuestros dramaturgos»

En este sentido, la proximidad se reivindicará, nos diferencia en un mundo global y uniforme, a la vez que nos hace más necesarios para el público cercano. Para representar un Hamlet o para construir un contenido relevante a partir de la obra de Shakespeare encontraremos alguna compañía cercana y la Royal Shakespeare Company, o a Al Pacino o Laurence Olivier resucitados en imagen con CGI. Pero, para explicar las emociones que sentimos en el sur de Europa en este momento, necesitaremos nuestros dramaturgos.

El sector cultural en un nuevo mundo

Las administraciones públicas estarán al lado de la cultura, pero su capacidad es limitada y las prioridades a atender serán de nivel de presupuesto de reconstrucción y la parte de presupuesto de cultura vinculada a la educación y los espacios y proyectos de cultura no legitimada serán de vital importancia. Específicamente pensando en el sector profesional, más allá de las subvenciones, las administraciones podrían implementar una fiscalidad específica (nunca como hasta ahora una reducción del IVA al producto cultural había tenido tanto sentido); leyes laborales adaptadas a la particular realidad de esta frágil economía (sería también un gran momento para aprobar definitivamente un buen un estatuto del artista que contribuya a garantizar una mayor cobertura social al tejido de los creadores y me atrevo a defender que, también , en el resto de profesionales de la cultura, a menudo olvidados); una ley que sea eficaz en promover, sobre todo, el micromecenazgo; o una reforma del IRPF que (además de ser efectiva en la redistribución de la riqueza) permita a los declarantes dedicar o incrementar una parte de sus impuestos a bienes culturales.

Todos estos esfuerzos públicos serán insuficientes, y es lógico pensar que aquellos conciudadanos que valoran, utilizan y necesitan más de las artes en vivo tengan que hacer un mayor aporte a su sostenimiento. En parte vía consumo, en parte vía militancia y mayor compromiso cuando sea posible, con la base de una (esperada) buena ley de mecenazgo y estrategias de fidelización que sitúen a los (micro) mecenas en la cúspide y contribuyan poco a poco a crear cultura de micromecenazgo.

«(…) hay un recurso que será más necesario que nunca: los datos convertidos en conocimiento «

Sea para la redefinición del proyecto de una organización, sea para analizar la evolución de los modelo de negocio clásico o nuevo, sea para la elaboración de óptimas estrategias de fidelización y captación de mecenas, sea para evaluar nuevas fuentes de ingresos laterales, para medir el impacto de la crisis, hacer seguimiento de la recuperación o para evaluar si las políticas y ayudas públicas están siendo efectivas hay un recurso que será más necesario que nunca: los datos convertidos en conocimiento.

En resumen, vienen tiempos complicados, especialmente complicados para la cultura en vivo. Me temo que no resistirán todos los proyectos hace unas semanas existentes, muchos de los que sobrevivan lo harán con grandes cambios y adaptación a un nuevo mundo. Todo ello, ni suena fácil, ni es fácil de hacer, ni depende sólo de los directamente implicados. No es fácil innovar sin recursos, sin práctica y en medio de una tremenda crisis. Pero lo haremos, no hay más remedio.

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