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Dave Hoefler de Unsplash

El efecto de la crisis económica en cultura (II)

Vienen tiempos complicados. La confianza en el futuro cotiza a la baja en una Europa en guerra, agobiada por la inflación e hipotecada por el enorme esfuerzo para hacer frente a la pandemia.

El gasto familiar se va a contraer para hacer frente a la subida de los precios y la incerteza del futuro. Y, como ya comentamos en el primer artículo de esta serie, (serie que esperamos no tenga tercera parte): cuando el gasto general baja, el gasto en ocio y cultura es de los más afectados. Cae más y se recupera más lentamente. Lo vimos en la crisis financiera de 2008.

Los datos hablan por sí solos. En el peor momento de la crisis financiera, 2013, las familias gastaban un 9 % menos que en 2006. Esa reducción de gasto superaba el 20 % en el caso de restaurantes y hoteles o cultura. Para 2019 el gasto global y el que hacíamos en restaurantes y hoteles se había recuperado, no así el de la cultura[1] que seguía un 13 % por debajo.

Una tendencia que se vuelve a constatar en la contención del gasto familiar durante la pandemia 2020-2021. Durante la pandemia, la reducción de la factura cultural ha llegado a un -40%[2] y, de nuevo, la recuperación en cultura más lenta que en el conjunto o respecto una categoría comparable como lo pueden ser restaurantes y hoteles.

Estos datos no recogen la recuperación de la temporada 2021/2022 completa (solo tienen hasta 2021), ni el vigoroso inicio que está teniendo la temporada actual. Indicadores que, aunque pudiéramos esperar mejores, invitan objetivamente al optimismo.

Este análisis del efecto en el gasto cultural en las anteriores contenciones del gasto global nos advierte del grave impacto que una crisis económica supondrá para el sector.

Y hasta aquí los datos. A partir de aquí, a riesgo de ponerme trascendente, una reflexión que va más allá.

La cultura (profesionalizada) ha perdido peso en la “cesta” de la compra de las familias y necesita recuperarla

Acumulamos ya muchos años y unas cuantas tormentas perfectas. Tantas como para preguntarnos cuantos años necesita una situación coyuntural para consolidarse y dejar de serlo. La cultura (profesionalizada) ha perdido peso en la “cesta” de la compra de las familias y necesita recuperarla, pues ese gasto es también un indicador de su relevancia social.

No cabe duda de que nos encontramos ante un momento crucial. Cuando todas las energías del sector cultural deberían centrarse en aprender a navegar en medio de la transformación digital y la reconfiguración de prácticas y hábitos culturales consecuente, cuando más necesitamos una mirada estratégica para aprovechar las enormes oportunidades que ofrece la digitalización para los creadores de contenidos, más nos estamos preocupando y nos vamos a preocupar por las amenazas en el corto plazo.

Una conjunción de lo más inoportuna, por expresarlo en una frase apta para todos los públicos.

Los poderes públicos son también interpelados en este momento, sin duda. Su papel puede ser decisivo

Los poderes públicos son también interpelados en este momento, sin duda. Su papel puede ser decisivo. No ya por la contribución con recursos desde los departamentos de cultura (que esperemos puedan estar a la altura de la necesidad y partan del principio de que la cultura es uno de los pilares del estado del bienestar, uno de los más modestos en presupuesto y eficientes en aportación), sino también y quizás especialmente, en cómo contribuyan a orientar la transformación social en una dirección u otra. La reducción de la desigualdad, la política educativa, la lucha contra la crisis climática, la transformación de la movilidad, la conciliación familiar o la reconfiguración de las jornadas laborales en las sociedades futuras (imaginemos lo que supondría una jornada laboral de 32 horas semanales para los sectores dedicados al tiempo de ocio) son retos muy presentes que redefinirán las reglas del juego.

La mención de los poderes públicos no debe leerse como una delegación, estos emanan de la sociedad. De ahí la enorme importancia de apostar desde la cultura por el impacto. Por ser ágora de reflexión y espejo para la sociedad, con ambición y poco o nulo ensimismamiento.

El reto exige mejorar. Gestionar e innovar. Tanto en gestión, en técnica, como en creación[3].

Así pues, como reflexión final, vienen curvas, sí. Pocos lamentos y evitemos la mirada cortoplacista, el reto va más allá. Que el árbol de las dificultades no nos oculte el bosque de la transformación social en la que tenemos que tomar posición.



[1] Clasificación de bienes y servicios de European Classification of Individual Consumption by Purpose en las notas metodológicas de la encuesta de presupuestos familiares INE.

[2] Para el caso de la cultura en vivo podemos suponer un descenso aun mayor, asumiendo que en el gasto en cultura ha habido una redistribución en el que los contenidos digitales han ganado peso. Una hipótesis coherente con el dato de descenso de los ingresos de las artes escénicas del 64% que sitúa el Estudio de impacto del COVID en las artes escénicas que elaboramos por encargo de Federación estatal de asociaciones de empresas de teatro y danza (FAETEDA) y de La Red Española de Teatros, Auditorios, Circuitos y Festivales de titularidad pública, estudio que nos encontramos actualmente actualizando para presentar nuevos datos de impacto antes de finales de 2022.

[3] Al respecto dejamos alguna reflexión en nuestro blog: Las audiencias de la recuperación, y recientemente sumaba el interesante artículo de Jaume Colomer, Perquè hi ha menys espectadors teatrals que abans de la pandèmia?


 

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