Durante estos meses no hemos podido mantener nuestro ritmo habitual de socialización y consumo de cultura en vivo. En paralelo, el consumo en digital se ha disparado (Netflix batió récords de nuevas suscripciones en abril y llegan a 195m de usuarios en estos momentos [1]). Enclaustrados en casa, recurrir a las pantallas nos «ha salvado la vida».
Está por ver si este incremento de consumo de cultura en digital es coyuntural o se consolidará. Y en caso de consolidarse, está por ver cómo afectará a los presupuestos de las familias y al tiempo que disponemos para el ocio y la cultura en vivo.
La pandemia ha puesto en evidencia que el futuro no se puede predecir. Es difícil augurar qué cambios de hábitos culturales han llegado para quedarse, pero, si el presente podemos constatar alguna certeza es que los Netflix & co[2] conocen muy bien su usuario. Le ofrecen contenidos relevantes de forma personalizada, aspiran a ocupar el máximo número de horas de entretenimiento posible, y así, retenerlo pagando una suscripción mensual que modifica radicalmente la relación con la barrera del precio y la aversión al riesgo del espectador. Para el usuario es fácil acostumbrarse.
Así pues, todo indica que la gestión de los públicos será más exigente, la relevancia más cara, y conseguir tiempo de atención de la audiencia más difícil, también para los proyectos de proximidad.
No pretendo dibujar un futuro distópico. Estas plataformas digitales no son el enemigo de la cultura en vivo (si lo fueran, haríamos bien en empezar a negociar un armisticio). Tampoco lo es la digitalización. La experiencia en vivo mantendrá su mala salud de hierro. Seguirá siendo necesaria, no sé si más que nunca, pero sí tanto como siempre. Los proyectos culturales que, además, lean bien los cambios en que los ciudadanos nos relacionamos con la cultura, que ya eran tendencia en los últimos años y ahora se han acelerado, sabrán encontrar nuevos formatos y nuevas formas con las que relacionarse con su audiencia en un mundo que ya no hay duda, también es digital.
La transformación digital no es igual de imperativa para todos los proyectos culturales, pero sí es una ventana para crecer en audiencia e incrementar el impacto en todos los casos. No hablamos de grabar y emitir contenidos en línea, una actividad que para espacios sin producción propia puede quedar lejos y ser innecesaria. Hablamos de repensar el proyecto, definir la forma en que mejor cumpliremos con nuestra misión en el mundo actual.
Qué oportuno final de artículo para una revista que se titula justamente así, Repensem-nos. En mi opinión, una clara evidencia de la correcta comprensión del momento por parte de Escena Gran. Con orientación a la comunidad, valentía para asumir cambios si son necesarios, evaluación y un poco de suerte, el proyecto será un referente para su adaptación al reto de la digitalización desde la proximidad.
Artículo publicado en el número 6 de la revista Repensem-nos, promovida y editada por Escena Gran
[1] Informe para los inversores de Netflix del tercer trimestre 2020
[2] Netflix es sólo un ejemplo paradigmático, el resto de plataformas audiovisuales o de videojuegos, o las redes sociales persiguen el mismo objetivo utilizando estrategias de contenidos y formas de monetización diversas.