Cultura y tecnología parecen separados por un pequeño abismo. A un lado, un sector cultural acuciado por problemas estructurales[1] que se retroalimentan:
- Atomización
- Escasa capacidad de inversión en desarrollo tecnológico
- Equipos pequeños
- Dificultades o resistencias al cambio
- Limitaciones de tiempo para escalar nuevas curvas de aprendizaje
- Falta de formación previa para afrontar las nuevas necesidades
En el otro, profesionales TIC con pocos perfiles cercanos a la cultura, con escasa empatía con gestores y audiencias culturales, con dificultades para entender y hacerse entender por los profesionales de la cultura que han de implementar las soluciones.
Desde teknecultura ayudamos a cruzar el abismo con soluciones adaptadas que aproximan la tecnología a la cultura. Cubrimos esta necesidad de “traducción” con herramientas de visualización de datos, de segmentación, de seguimiento de contenidos digitales o de automatización, y con un equipo de profesionales híbrido: con gestores culturales, desarrolladores, técnicos digitales o científicos de datos.
Para afrontar este “lost in translation” lo primero y más importante a no olvidar es que la tecnología es siempre un medio y no un fin.
Se llame CRM, BI, ERP, Big Data o máquina de vapor, lo que necesitamos no es tecnología sino soluciones a un problema: conocer y gestionar nuestra audiencia, optimizar procesos de gestión o desplazarnos.
Identificada nuestra necesidad, muy probablemente encontraremos diversas formas de atenderla, diversos mix de herramientas tecnológicas que nos van a ayudar a solucionar el problema de forma eficiente. La idiosincrasia y capacidades del equipo determinaran en gran medida la opción idónea para cada proyecto.
Los referentes de otras industrias no siempre son los más adecuados. Importar soluciones que funcionan en otros sectores sin adaptarlas a una realidad con equipos diferentes, con servicios y productos que nada tienen que ver y que cuentan con escaso margen de beneficio, con datos limitados en calidad y cantidad, con equipos reducidos y procesos pocos flexibles… difícilmente funcionará o lo hará de forma eficiente (ver reflexión ampliada y centrada en el caso de las herramientas de CRM).
Dada esta necesidad de adaptación y la falta de soluciones específicas, grandes organizaciones pueden caer en la tentación del desarrollo propio. Esto son palabras mayores. Los desarrollos no acaban nunca y su mantenimiento evolutivo acabará siendo el coste más significativo. La tecnología requiere escala que sostenga la necesaria innovación continua. Conviene ser flexibles en los requerimientos, estar abiertos a mix de soluciones que nos planteen alternativas igualmente efectivas para conseguir los resultados. Y, si ni así encontramos lo que necesitamos, mancomunar, unir esfuerzos para crear esa solución a medida (si no encontramos quien comparta nuestra necesidad, quizás debamos poner en duda la necesidad).
En este punto quisiera romper una lanza en favor de la soberanía tecnológica. Un objetivo demasiado olvidado en Europa en los últimos decenios y ante el que tenemos responsabilidades compartidas personas, organizaciones y administraciones públicas. El km0 en tecnología también es un valor.
Optemos por lo que optemos, escojamos siempre herramientas que se comuniquen bien con su entorno, softwares con servicios API abiertos que nos permitan crear un ecosistema que funcione como una unidad, que no nos “secuestren” imponiendo barreras de salida. En todo caso, que nos retengan por valor aportado.
¿De código libre? Depende de lo que necesitemos, depende de para qué. Para necesidades que reúnan detrás a comunidades de desarrolladores lo suficientemente amplias pueden ser una opción, pero libre no es sinónimo de gratuito si vamos a necesitar implementación o adaptación. Y, sobre todo, tengamos en cuenta de nuevo que “la palabra” no viste al monje.
La tecnología no es gratis, requiere inversión y tiempo. Sí, debe ser rentable, debe producir resultados inviables de otra manera o ahorros y mejoras que compensen su coste, lo contrario es simplemente absurdo. Que esto no asuste a nadie, las pequeñas organizaciones, justamente por su mayor necesidad de eficiencia, no solo pueden, deben invertir en tecnología, la que sea.
PS. Parte de la reflexión es interesada, sí, pero sincera. De hecho, que sea interesada evidencia su sinceridad. Nuestro proyecto ofrece soluciones alineadas con los requerimientos que creemos necesitan las organizaciones culturales.
[1] a los que ahora habría que sumar graves problemas coyunturales pandémicos, evidentemente